Una lección del tala
Así como el tala, un árbol de América del Sur, atraviesa suelos rocosos para alcanzar la luz del sol, nosotros podemos buscar la luz de Dios en momentos difíciles; esto abre el camino para sanar, como una mujer experimentó cuando fue sanada de asma con la cual había lidiado desde su niñez.
El tala es un árbol de hoja caduca que forma parte de la flora autóctona de mi país, Uruguay. Lo encontramos en todo tipo de suelos, pero donde más se lo puede ver es en los pedregosos. Allí nace y crece en condiciones que serían casi imposibles para otro tipo de árboles. El tala puede adaptarse a los medios más adversos; a pesar de que les lleva tiempo, los pequeños brotes de la planta rompen hasta las rocas más duras en su afán de llegar a la luz del sol.
La resistencia del tala a ser oprimido por la aridez e inclemencia de su entorno, y su habilidad para desarrollarse a pesar de lo que lo rodea, me da algo en que pensar. Como el tala, a veces podemos encontrarnos en ambientes difíciles, agobiados por condiciones inhumanas, sintiéndonos esclavos del temor, la enfermedad, el resentimiento, el pasado. Puede que incluso nos hallemos caminando por la vida afligidos por todo tipo de límites que Dios nunca creó.
En la Biblia, el primer capítulo del Génesis registra que Dios hizo a Sus hijos —a todos nosotros— a Su imagen y semejanza, y que tienen dominio sobre la tierra. Y en su carta a los Romanos, el apóstol Pablo habla de “la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Romanos 8:21).
El conocimiento de nuestra identidad, es decir, de lo que somos como hijos de Dios, nos permite ir discerniendo todas las maravillas del Amor infinito, tal como salud y paz, a las que tenemos pleno derecho. Aspectos de esa comprensión ilimitada pueden venir en un momento de discernimiento espiritual, así como gradualmente mediante la oración y el crecimiento espiritual. Cualquiera sea el caso, viene a medida que nos dedicamos al estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana.
Sé que esto es cierto. Cuando era muy pequeña, me fue diagnosticado que sufría de asma. Cuando tenía una crisis, debía permanecer varios días en cama, lo que significaba que no podía ir a la escuela. Me trataban con todo lo que la medicina de esos años consideraba adecuado para mitigar temporalmente la enfermedad. No era nada fácil, ni para mi familia ni para mí.
El pronóstico era que, al llegar a la adolescencia el asma quizá se aliviaría o incluso podría desaparecer. Pero nada de eso ocurrió. En algunas ocasiones, hasta se agudizó, y tuve que dormir en el exterior de la casa cuando ya no podía soportar la humedad de los ambientes interiores. Era la única manera en que podía respirar normalmente.
Conocer la Ciencia Cristiana fue como descubrir un mundo nuevo; un mundo pleno de luz y libertad que me permitía aprender más sobre Dios, a quien amaba desde muy niña, y al mismo tiempo sobre mí misma como Su imagen y Su amada hija. Comencé el estudio de esta Ciencia llena de entusiasmo, y más todavía cuando vi que era posible ir venciendo problemas mediante la oración. Sin embargo, no pensé en ningún momento que el asma también podía ser eliminada utilizando este método espiritual de curación, ya que siempre la había aceptado como si formara parte de mí. No obstante, continué estudiando la Ciencia Cristiana, aunque con bastante esfuerzo, ya que el cuidado de mi familia me exigía buena parte de mi tiempo.
Varios años después, darme cuenta de pronto de que podía respirar libremente sin importar en qué ambiente me encontraba fue un maravilloso descubrimiento. ¡La curación había sucedido de un modo tan imperceptible, pero al mismo tiempo tan imparable! La comparé con las estaciones del año que llegan casi sin que lo notemos, y, sin embargo, nada ni nadie puede detener su curso. Fue entonces que comprendí que la perfección de la obra de Dios —es decir, el universo entero, en el cual estoy incluida— se está manifestando constantemente lo sepamos o no, lo reclamemos o no. El estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana nos permite percibir la grandiosa creación espiritual de la Mente divina con mayor claridad, lo que abre el camino para la curación.
Mi completa liberación del asma persiste aún. La aflicción que pareció haberme marcado desde mi infancia desapareció a medida que la verdad del ser iluminó mi consciencia. Así como el suelo pedregoso no puede detener el crecimiento del tala, ninguna condición terrenal puede frenar el ímpetu sanador de la Verdad divina, e impedirnos encontrar la libertad que Dios nos ha dado de las restricciones de las suposiciones y condiciones mortales y materiales. Tal como lo describen las palabras de la Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy: “La Verdad oprimida contra la tierra surge espontáneamente hacia lo alto, y susurra a la brisa el patrimonio inalienable del hombre: la libertad” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 128).
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Adaptado de un artículo publicado en el sitio web de El Heraldo de la Ciencia Cristiana, el 11 de abril de 2022.